Cada 22 de diciembre pasa lo mismo: te sientas a ver el sorteo por si acaso. Te convences de que no te va a tocar, pero una parte de ti hace cálculos mentales: ¿cuánto me quedaría?, ¿qué haría con ese dinero?, ¿lo invertiría, lo guardaría o me iría a celebrarlo con champán?
Y está bien imaginarlo, porque si algún día sucede, tener un plan previo es lo que marca la diferencia. No tanto entre volverte rico o no, sino entre que el premio te dé tranquilidad o dolores de cabeza.


